martes, 19 de junio de 2012

Serenata


Se le revolvía el alma sólo de pensar en ridículos trajes de tuno, con ridículos instrumentos de tuno, y ridículas y trasnochadas canciones de tuno, cantando bajo el balcón de una muchacha que nunca, jamás, ni dormida ni despierta, había deseado que un tuno se declarara bajo su balcón noche tras noche, ya fueran laborables o días de guardar.
Pero le puso tanta voluntad...

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5 comentarios:

Anita Dinamita dijo...

Ja ja ja, el odio a los tunos como algo en común. Has rizado el rizo.
Un abrazo

Anónimo dijo...

Quien persevera alcanza.

Luisa Hurtado González dijo...

Qué vergüenza ajena más grande

Nicolás Jarque dijo...

Fernando, es un relato muy simpático a pesar del drama que es arrastrarse de esta forma por amor, y es que los tunos tienen una fama...

Un abrazo.

Fernando Sánchez Ortiz. dijo...

Ah, los tunos... Qué sería de nosotros sin ese chivo expiatorio. Sin embargo -y he aquí un gran misterio- ellos parecen no darse cuenta.

Muchas gracias.