Querido Señor Remitente:
Ruego acepte mis disculpas por
anticipado. Soy persona mayor y no muy leída. A veces no sé expresarme con la
claridad que me gustaría. Confío en que usted sepa entenderlo.
Yo siempre fui persona humilde pero honrada. Que no le digo que no haya callado alguna vez
cuando me han devuelto de más, pero en lo general, en lo gordo, siempre he
pagado religiosamente y a tocateja.
También he trabajado desde que no
levantaba dos palmos de mi juventud. Y casi siempre más jornada de la que
aparecía en los papeles. Lo poco que tengo, me lo he ganado. Aunque tal vez
sería más preciso decir lo que tenía.
Disculpe si me extiendo, pero creo
que es necesario ponerle en antecedentes para que comprenda mejor el motivo de
mi consulta.
He tenido mucho hijos, y a todos
los eduqué lo mejor que supe y pude. Casi todos salieron más o menos bien,
correctos, con sus virtudes y sus defectos. Pero uno de ellos últimamente me
lleva por la Calle de la Amargura y, como verá, en dirección al Abismo.
No destacaba por su inteligencia ni
por su esfuerzo en los estudios pero desde jovencito obtuvo una posición
desahogada. Era Director General de Finanzas. O Asesor Especial Adjunto para
Emisiones al Extranjero. O CEO de un holding dedicado a la reestructuración del
sistema global. Empleos que a mí me sonaban a chino pero que le reportaban un
alto rendimiento económico.
En contra de mis advertencias de
que hoy Dios provee pero mañana quién sabrá, gastaba desaforadamente: adquiría
castillos y mansiones, se aficionó a quemar Rolls Royces corriendo en carreras
ilegales, y se dedicó a recorrer las playas paradisiacas de todo el planeta
rodeado por prostitutas de alto standing y cocaína. Mis otros hijos —también
humildes— le envidiaban y me recomendaban que no me metiera en sus asuntos. Si
pudieras, tú harías lo mismo, decían. Si pudieras.
Pero hace unos meses saltó todo por
los aires. Conocimos que mi hijo no pagaba ni religiosamente ni a tocateja,
sino que se dedicaba a acumular un crédito tras otro. Y que tras meses de
aumentarle el tipo de interés para subsanar su creciente desconfianza, las
entidades financieras se convencieron de que jamás, aunque viviera cien mil
vidas, podría hacer frente al pago de los préstamos. Y conocimos algo más: para
avalar los créditos, mi hijo no había utilizado propiedades que nunca habían
llegado a pertenecerle, sino las mías y las de sus hermanos; lo poquito que
habíamos logrado acumular después de faenar toda la vida.
Como imaginará, acudimos a los
directores de las entidades financieras para preguntar cómo era posible que
aceptaran un aval sin nuestro conocimiento y nuestra firma. ¿Y sabe qué
hicieron? Se encogieron de hombros. Desconocían o no recordaban o hablaban de
otros tiempos en los que las cosas se hacían de esa manera.
Acudimos entonces a las
autoridades. Se hacían cargo del problema. Pero nosotros teníamos que hacernos
cargo de que el dinero había que devolverlo. Y si mi hijo no iba a pagar,
alguien tendría que hacerlo. No había otro remedio.
Acabaron embargándonos y
desahuciándonos, claro. Pero eso no es lo peor; lo peor es que la ventana
del albergue de transeúntes donde nos alojan temporalmente, da a uno de los
castillos que habita mi hijo. Vemos que sigue corriendo con Rolls Royces y que
no deja de montar fiestas en las que abundan las putas de alto standing y la
cocaína.
Doy por hecho que mi hijo es
incorregible pero mi pregunta es otra: ¿No va siendo hora de reventarlo todo?
Firmado: España .
6 comentarios:
¡Pobre país! Y demasiado contenido el tono de esa carta, creo que la hubiera escrito más malsonante.
Besitos
Es una buena pregunta, Fernando. Me gustó leerte en esta distancia, algo más larga. Sin duda, dominas también el trote. Escuchas la historia, sus preguntas, y las respondes puntualmente. Ese es el arte esencial del escritor.
Un fuerte abrazo,
P
Suficiente malsonante es ya el país, Elysa.
Gracias, Pablo. Nunca creí en la especialización del escritor. Los microrrelatos son una forma de expresión entre las muchas que ofrece la literatura.
Gracias.
Guau, muy bien planteado. Me encanta la metáfora. Joder si es que es tal que así.
Da gusto leerte
Abrazos
Por cierto, Fernando. El otro día, cuando empecé a leer tu blog, comencé con esta entrada. Te soy sincero: Estuve a punto de dejarlo a la mitad, y gracias (GRACIAS) a la recomendación de Pablo pensé: voy a terminar esta entrada al menos. Me parecía tan irreal el personaje diciendo que habían avalado con sus propiedades sin su permiso y el resto de la narración... Hasta que llegué al final y leí FIRMADO: ESPAÑA. Brutal. Genial la entrada. Vaya cara de tonto sorprendido que se me quedó.
Saludos.
Hugo.
Has dado en el clavo Sibreve: el relato carece de verosimilitud y eso es un fallo imperdonable en la narrativa. Lo extraño es que, aquí en la realidad, se acepte como natural lo que sólo puede ser irreal.
Tristemente es tal que así, Anita, tristemente.
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