Se le revolvía el alma sólo de
pensar en ridículos trajes de tuno, con ridículos instrumentos de tuno, y
ridículas y trasnochadas canciones de tuno, cantando bajo el balcón de una
muchacha que nunca, jamás, ni dormida ni despierta, había deseado que un tuno
se declarara bajo su balcón noche tras noche, ya fueran laborables o días de
guardar.
Pero le puso tanta voluntad...
5 comentarios:
Ja ja ja, el odio a los tunos como algo en común. Has rizado el rizo.
Un abrazo
Quien persevera alcanza.
Qué vergüenza ajena más grande
Fernando, es un relato muy simpático a pesar del drama que es arrastrarse de esta forma por amor, y es que los tunos tienen una fama...
Un abrazo.
Ah, los tunos... Qué sería de nosotros sin ese chivo expiatorio. Sin embargo -y he aquí un gran misterio- ellos parecen no darse cuenta.
Muchas gracias.
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