Llegaba a casa bien
entrado el día siguiente, la velocidad esculpida en el rostro, las pupilas más
grandes que los ojos.
Volvía de un
psiquiátrico, un acantilado, un cuartel militar o una iglesia abandonada que los
jóvenes de mi ciudad habían transformado en un apocalipsis de música veloz y
droga al por mayor.
El colchón no siempre
se mantenía sujeto a las leyes de la gravedad y, cuando cerraba los ojos,
seguía escuchando el zumbido de un bombo a 4x4 en el interior de mi cabeza; el
bum-bum interminable que funde en una todas las canciones del techno.
Sobre él acoplaban los
sonidos cotidianos: golpes, gritos, grifos, ascensores, lavadoras,
claxons, frenazos y sirenas fluctuaban entre el oído izquierdo y el
derecho.
No era momento de
detenerse a pensar en las semejanzas entre techno y microficción. Ambos géneros
aspiran a reducir la historia de sus respectivos artes a la mínima expresión.
Ambos tienen vocación de fundirse y desaparecer con y entre otras obras. Ambos
construyen, con elementos tomados de fuera, artefactos que aspiran a contener y
devorar el mundo entero.
No. No era momento de
detenerse a pensarlo.
2 comentarios:
Cuántos recuerdos, Fernando. Me gusta eso de las pupilas más grandes que los ojos. La de historias que han generado los ya casi olvidados "teletechos"...
Me temo, Víctor, que era siempre la misma historia.
Un abrazo.
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