miércoles, 4 de mayo de 2011

Piedad.


El primer cadáver que vi fue un hombre acribillado a balazos. Lo mató la policía mientras él disparaba en sentido contrario.
Me impresionó su forma de desplomarse: sin espasmos, sin aspavientos, sin gracia. Sin sensorround ni fanfarria. Como quien tropieza y cae. Así de aburrido.
Pero lo que me impactó de verdad fue la actitud de los curiosos que se arremolinaban alrededor del cuerpo.
No conocían a aquel hombre. No podían saber si se trataba de Hitler o Cristo redivivo, pero cuando las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad metieron al guiñapo sin respiración a toda prisa en un coche patrulla, exhortaban: No lo llevéis al hospital. Dejarlo que se muera. Otro tiro, lo que tenéis que hacer es pegarle otro tiro. Y así.
En pocos minutos, del acontecimiento quedó sólo un charco de sangre. El coche patrulla desapareció con su nuevo muerto y yo regresé junto a los demás.
Mis semejantes.
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3 comentarios:

Miguel Baquero dijo...

¿Dónde pasó eso? Vaya gente más bruta también, no me extraña que quieras alejarte de ellos

manuespada dijo...

Los semejantes del personaje. Siempre ha habido clases. Los vivos, y los muertos. Aunque también estén los heridos y los sanos.

Fernando Sánchez Ortiz. dijo...

Pues ocurrió, Miguel en Santa Pola, pueblo de veraneo ocasional, inexistente el resto de estaciones. Pero no es nada tan raro; mira las reacciones gubernamentales al asesinato de Bin Laden...

Nunca sabremos si el muerto era semejante a su público, Manu. Uno puede estar fuera de la ley y emprenderla a tiros por la policía y aún así no desear la muerte de terceros a los que desconoce.

Gracias por pasar por aquí.