El primer cadáver que vi fue un hombre acribillado a balazos. Lo mató la policía mientras él disparaba en sentido contrario.
Me impresionó su forma de desplomarse: sin espasmos, sin aspavientos, sin gracia. Sin sensorround ni fanfarria. Como quien tropieza y cae. Así de aburrido.
Pero lo que me impactó de verdad fue la actitud de los curiosos que se arremolinaban alrededor del cuerpo.
No conocían a aquel hombre. No podían saber si se trataba de Hitler o Cristo redivivo, pero cuando las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad metieron al guiñapo sin respiración a toda prisa en un coche patrulla, exhortaban: No lo llevéis al hospital. Dejarlo que se muera. Otro tiro, lo que tenéis que hacer es pegarle otro tiro. Y así.
En pocos minutos, del acontecimiento quedó sólo un charco de sangre. El coche patrulla desapareció con su nuevo muerto y yo regresé junto a los demás.
Mis semejantes.
Fotografía: William M. Vander Veyde.
3 comentarios:
¿Dónde pasó eso? Vaya gente más bruta también, no me extraña que quieras alejarte de ellos
Los semejantes del personaje. Siempre ha habido clases. Los vivos, y los muertos. Aunque también estén los heridos y los sanos.
Pues ocurrió, Miguel en Santa Pola, pueblo de veraneo ocasional, inexistente el resto de estaciones. Pero no es nada tan raro; mira las reacciones gubernamentales al asesinato de Bin Laden...
Nunca sabremos si el muerto era semejante a su público, Manu. Uno puede estar fuera de la ley y emprenderla a tiros por la policía y aún así no desear la muerte de terceros a los que desconoce.
Gracias por pasar por aquí.
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