miércoles, 21 de marzo de 2012

Principio de la cuesta abajo.


Sucede así:
Dios coge un trozo de barro y lo moldea. Respira sobre él y sale un señor.
A ese señor le bautiza como Adán.
Adán aplaude el truco de magia. Dios le alza en su mano adimensional y gigante a un tiempo y le posa sobre el paraíso, donde hay más plantas y animales de las que Adán ha tenido tiempo de intuir.
Dios dice: Este es el Árbol de la Vida.
Y luego: Este es el Árbol del Bien y del Mal.
Se sobreentiende que Adán, que hace sólo unos minutos era un trozo de barro, comprende el lenguaje; no sólo es capaz de procesar el concepto de árbol sino también otros más abstractos, tales como el Bien y el Mal.
Así que Dios le dice:
—Si comes del Árbol del Bien y del Mal, vas y te mueres.
Tras esta breve aunque no poco transcendente admonición, Adán se dispone a revolcarse en el paraíso y gozar de su reciente existencia, mas Dios tiene otros planes:
—¿Ves todos esas plantas y todos esos árboles y todos esos animales que se arrastran o que vuelan o bucean o tienen cuatro patas? —pregunta, trazando un arco con el brazo que abarca muchos más kilómetros de los que Adán es capaz de imaginar—: Pues ahora vas y les pones nombre.
*   *   *
Como el anterior trozo de barro después conocido como Adán era inmortal y antienvejecimiento y habitaba un ecosistema donde al parecer sucedía lo mismo, no tenemos forma de hacernos a la idea de los meses, años, siglos, milenios o eones que pasa ideando nombres únicos y originales para todas las especies animales y vegetales del paraíso.
Sí sabemos que una vez termina, bien por descubrirse como el único animal sin pareja, bien por el mismo tipo de síndrome que asalta a los contables jubilados, se siente vacío y desganado, corroído por la desidia y el aburrimiento, y acude a consultar a Dios si no podría inventarle un pasatiempo.
Y Dios, cuya generosidad tiende a infinito, no sólo lo narcotiza sino que hasta le regala una mujer.
No sabemos si por puro afán de experimentación o insatisfecho por el resultado de los productos derivados del barro, Dios utiliza como materia prima una costilla de Adán, a la que después rellena de órganos, y cubre de músculos y piel.
Al parecer, tampoco parece muy satisfecho con su nueva obra, puesto que ni siquiera se molesta en bautizarla, y se limita a ponerle el nombre genérico «mujer».
Cuando Adán despierta, Dios le informa que la mujer es hueso de su hueso y carne de su carne.
Ni él ni la mujer entienden una palabra.
*   *   *
Adán y la mujer son felices en una dimensión paradisiaca y desconocida en todo tiempo posterior, pero ella adquiere la fea costumbre de cotorrear con la serpiente.
La serpiente —bien lo sabe Adán—, es una chismosa y siempre anda cizañeando con lo de a ver por qué Dios les prohíbe comer del Árbol del Bien y del Mal.
—Porque moriremos —responde la mujer.
La serpiente bufa, resopla y se mofa entre siseos.
—¡Qué vais a morir! ¡Lo que pasa es que si coméis de ese árbol sabréis tanto como Él y eso es lo que Él no quiere! ¡Pues no es listo Dios!
La mujer piensa o quiere pensar que las palabras de la serpiente tienen sentido, come del fruto y también se lo da a comer al inocentón de Adán.
Y justo entonces, cual tímidos adolescentes en retroceso, Adán y la mujer sienten vergüenza de los cuerpos de los que llevan gozando casi desde el principio de los tiempos  y cubren sus órganos sexuales con dos hojas de higuera.
El vozarrón de Dios les reclama desde todas partes pero ellos pretenden esquivarlo ocultándose entre los árboles.
Dios les llama una segunda vez y Adán sale a campo abierto, ruborizado y cabizbajo, pero dispuesto a no comerse solo el marrón. Disimuladamente, señala a la mujer quien a su vez señala a la serpiente.
Dios estalla en un sinfín de maldiciones contra los tres.
A ella la condena a parir con dolor y a permanecer bajo el dominio del hombre.
A él a trabajar hasta que se agoten sus músculos y se quiebren sus huesos.
A ambos les despoja de la inmortalidad.
En ese preciso instante y sin venir a cuento, a Adán se le ocurre un nombre para la mujer y la llama Eva.
Para cuando quieren reprocharle a Dios que les ha contado una trola, y que uno no se muere por comer del fruto del Árbol del Bien y del Mal, se ven fuera del paraíso, frente a un ángel con espada flamígera que no les deja volver a entrar.
Por lo menos, se consuela Adán, no tendré que inventar más nombres a los malditos animales.
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2 comentarios:

Anita Dinamita dijo...

Me ha encantado la forma de contarlo, es que estas historias bíblicas no hay quien se las crea... por cierto, no sé si conoces a Lilith, ella salió del barro como Adán pero como este y Dios le aburrían bastante, se fue con la serpiente e hicieron un pacto mucho más divertido.
Un abrazo

Fernando Sánchez Ortiz. dijo...

Ay, Lilith. Osaba nada menos que a ponerse por encima del hombre durante el coito. A Dios no debía gustarle nada y no digamos ya a Adán.

Un saludo, Anita. Y gracias por pasar por aquí.