lunes, 18 de marzo de 2013

Despedida y cierre.


Ya seas visitante habitual o primerizo, tengo una buena y una mala noticia que darte.
La mala es que este blog está finiquitado. No habrá más publicaciones a partir de la fecha de hoy.
La buena es que no es un cierre definitivo sino una liquidación por traslado. Mínimo Relato baja la persiana y echa el cierre pero el negocio continúa en un local más amplio, más céntrico e incluso diría que más soleado. 
También, claro, depende de cómo se mire: habrá para quien la buena noticia sea que Teoría del Mínimo Relato echa el cierre y la mala que sólo lo haga para abrir en otra parte… Al fin y al cabo la microficción no trata de imponer un juicio al lector sino de crear el ambiente propicio para que extraiga sus propias conclusiones. Sería deshonesto por mi parte contradecir a última hora esa máxima estableciendo una política de hechos consumados. Resulta más correcto expresarlo de la siguiente manera:


A los abnegados lectores, seguidores y comentaristas de este blog sólo me resta agradecerles su presencia y esperar que pinchen sobre la imagen para visitar el nuevo local.

Allí les espero.


lunes, 31 de diciembre de 2012

1.


El primer microrrelato que escribí se titulaba «Borrás». Trataba sobre una muchacha a la que un mago se empeñaba en meter en una caja. El segundo, se titulaba «Léolo». Trataba sobre un niño encerrado en una habitación, sin más pasatiempo que un único libro, que trataba sobre un niño encerrado en una habitación, sin más pasatiempo que un único libro.
Desde entonces han sucedido, puedo asegurarlo, varias extinciones parciales o totales. De lo que ya no estoy tan seguro es de si ella sigue sin caber en las cajas de mago, ni de si yo he salido de esta habitación donde existe un solo libro.
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martes, 18 de diciembre de 2012

2.


Si existiera unidad temática sería tu nombre y mi forma de escribirlo al margen en las libretas, ocultándolo con la mano para evitar la risa de otros niños, como si los deseos pudieran a hacerse realidad por  pura repetición o acumulación de tinta.
No sigo buscando. No me asomo tras cada puerta de colores por si fuera a ser la que te esconde.
Puede que los kilómetros no sean tantos como imagino pero me niego a navegar por el desierto.
Ya lo hice una vez.
Y alcancé el naufragio.
Safe Creative #1212184215029

miércoles, 28 de noviembre de 2012

3.


Paso la tarde leyendo artículos y breves entrevistas sobre microficción.
Aparecen, tras todas las esquinas, los enemigos, los detractores. Quienes proclaman que la microficción es un género menor, sencillo en su planificación y su ejecución y carente de todo esfuerzo.
Frente a ellos, los defensores, los amigos. Los que afirman que la microficción es un género de alto voltaje, y apuntalan su opinión tanto en los acantilados de la Historia como en las cimas alcanzadas por los grandes maestros.
Con un dedo en la nariz y un cigarro a medio consumir en la otra mano, me pregunto qué escribir a continuación.

Safe Creative #1211282748620

miércoles, 21 de noviembre de 2012

4.


El único héroe que creo tener es un héroe fugaz, protagonista de una noticia de entre diez y quince segundos en el informativo de la tarde, alguien sin más trascendencia para los compiladores del devenir humano y universal.
Su acto se enmarca en las manifestaciones de protesta que siguieron a la decisión del gobierno español de apoyar a los EEUU en la invasión de Iraq. 
Sucede en Barcelona: un grupo de jóvenes se separa del recorrido previsto de la manifestación e invade la planta baja de El Corte Inglés.
Entre ellos encontramos a mi héroe. Todavía no ha terminado el instituto, pero acaba de esquivar a un comando compuesto por cinco agentes de policía y tres guardias de seguridad, y corre hacia la salida abrazado a su botín: un jamón de pata negra expropiado al Club del Gourmet.
Es en este momento en el que la Historia establece su juicio; mi joven héroe, bien lo sabemos, podría haber regresado a casa para dar buena cuenta del manjar, transformarse en un vil ratero que aprovecha el abrigo de la masa para la consecución de un fin egoísta. 
Pero su decisión es otra. Firme, decidido, atravesado por un conocimiento que otros tardan siglos de libros gordísimos en acumular, sigue a la carrera. Cada nuevo paso es un desvelamiento del verdadero origen de esa guerra que pretenden encubrir con armas de destrucción masiva y exceso de moros chiflados, un avance en la comprensión del sistema económico y criminal en el que habita, una nota al píe en la historia de la humanidad. Y, sin duda impulsado por la fuerza de ese saber, se detiene, blande el jamón, y lo estampa contra el luminoso dorado de esa compañía de venta de productos tóxicos y explotación medioambiental y humana al por mayor que responde al nombre de Mc Donalds.
 No he vuelto a saber de él.
No se me hace difícil imaginar que, con la ayuda de chivatos y cámaras de seguridad, acabó por ser detenido y pasó a disposición judicial. Que le acusaron de robo con violencia, vandalismo, resistencia a la autoridad y destrozos en el patrimonio privado. Que tuvo que hacer frente a una sanción económica e incluso a pena de cárcel.
No sería extraño.
En este cochino y enloquecido mundo, las mentes lúcidas, las personas capaces de enarbolar la ética y la cordura, suelen acabar en prisión, mientras los genocidas dispuestos a masacrar poblaciones enteras para saquear petróleo se elevan a la categoría de héroes y grandes hombres de la patria, y los envenenadores de niños alimentan a sus cerdos con jamón de pata negra.
En este planeta inverso y podrido, los enanos se agigantan en la Historia, mientras las personas realmente grandes pasan desapercibidas y rara, muy rara vez, se convierten en héroes para nadie.

Safe Creative #1211212716323

martes, 13 de noviembre de 2012

5.


Ya les adelanto que esta historia la olvidarán menos de cinco segundos después de terminar de leerla. Lo digo por si prefieren ahorrarse el esfuerzo.
Luis Gonzalí, Victor Lorenzo Cinca, Martín Gardella, Daniel Sánchez Bonet, Esteban Dublín y yo nos encontramos por primera vez en un punto indeterminado de la estepa siberiana.
Cada uno había desembocado allí tras un largo periplo que incluyó dobles, pasaportes falsos, barbas postizas, y un último tramo en el que se añadieron narcóticos y capuchas opacas.
Nunca conocimos la identidad de nuestros anfitriones. Utilizaban dispositivos electrónicos que alteraban su tono voz, y ocultaban sus rostros bajo máscaras de poetas chinos de la Dinastía Tang.
En una pantalla de puro hielo, proyectaron una película en la que escritores cuyos nombres no son capaces de imaginar, profesores con trajes pasados de moda, y un equipo mixto de físicos, astrónomos, químicos y vaya usted a saber qué más, analizaban ingentes volúmenes de microrrelatos a los que sometían a todo tipo de pruebas que incluían balanzas, sopletes, rayos x, cámaras antigravitatorias, y aceleradores de partículas.
Según descubrieron, la microficción resulta el género literario idóneo para penetrar rápidamente en el cerebro del lector, tanto si pertenece al más alto mandatario como al último obrero de la cadena de montaje. Las órdenes neurolingüísticas pasan inadvertidas en la densa levedad de un microrrelato, sin que el incauto lector llegue a sospechar que cada palabra le aproxima un paso más a la pérdida del control de su voluntad.
Para lograr una efectividad total, el microrrelato debía desbancar a otros géneros de la popularidad de la que gozaban entre los lectores y en el mercado. Resultaría demasiado evidente que los estantes de librerías, quioscos e hipermercados amanecieran repletos de libros de microrrelatos de un día para otro. Convenía actuar lenta, sutil, y silenciosamente.
Ahí entrábamos nosotros.
La misión consistía en promover una revista mundial. Una avanzadilla que difundiera simultáneamente el género y las ideas subliminales que nuestros misteriosos anfitriones pretendían asociar a él. Por supuesto, ellos se harían cargo de los contenidos y de la financiación; una financiación que ni el más afortunado de los editores de revistas del mundo se atrevería a soñar.
Ni que decir tiene que nos negamos. No queríamos ser cómplices de aquella operación encubierta que aspiraba a tiranizar al ser humano.
Pero uno de ellos, el que iba ataviado con la máscara de Li Bai, nos aclaró nuestras opciones con tanta concisión como claridad:
—No es una petición...
El resto pueden imaginarlo a poco que visiten la Internacional Microcuentista. Pero quedan puntos oscuros. Algo más que puntos oscuros: desapariciones.
Primero fue Luis Gonzalí. Nos lo comunicaron mediante un correo electrónico enviado desde una dirección que se autodestruyó quince segundos más tarde, y que se cerraba con la frase “Sigan adelante, muchachos”, acompañada por el emoticono de un puño con el pulgar levantado. Entremedias, se nos informaba del abandono de Luis con un elusivo «motivos personales». Exactamente lo mismo sucedió con Daniel Sánchez Bonet.
Prefiero pensar que fueron relevados, que se les permitió abandonar, pero… ¿Cómo saberlo? ¿Cómo asegurar que no fueron eliminados y sustituidos por dobles idénticos?
Poco después se incorporaron Rony Vásquez Guevara y Jose Manuel Ortiz Soto, pero ya no sabría decirles si fueron reclutados de la misma forma que el resto, o si eran agentes infiltrados de la misteriosa organización desde el principio.
Estoy seguro de que si preguntan a cualquier otro miembro del Comité Editorial lo negará en redondo, pero puedo jurar ante la divinidad que sea que lo que acabo de contar es cierto.
Aunque también estoy seguro de que no les van a preguntar. Ya les adelanté que esta historia la olvidarían menos de cinco segundos después de terminar de leerla.
Cinco, cuatro, tres…

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martes, 6 de noviembre de 2012

6.


Yo pretendía hablar de las personas, de sus sentimientos y de sus quehaceres; de la grandeza y la miseria de sus vidas.
Pero ocurrió que, en algún momento, en algún punto del choque de trenes entre mi ya olvidada infancia y mi larguísima adolescencia, comencé a sospechar que mis semejantes obedecían instrucciones impresas sobre un circuito integrado, inserto en alguno de sus muchos recovecos.
Sus sentimientos y pasiones dependían tanto de la calidad de sus piezas como de la versión de su sistema operativo y las aplicaciones instaladas en él.
No quedó más remedio que escribir cuentos sobre máquinas, androides aparentemente humanos, con historias también aparentemente humanas.
Al fin y al cabo era para lo que me habían programado.

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