Entre las cosas que más me irritaban mientras me hacía mayor
figuraban las amenazas camufladas de halagos, siempre formuladas en forma de
sagaces consejos. Durante la adolescencia, el estribillo constante que esos
dioses con pies de barro me dirigieron era que, siendo yo una persona
inteligente, progresaría en la vida si pasaba por el aro. En las mentes de
estos césares de serrín, la inteligencia era la habilidad para entender que
quienes no se inclinaban ante el Gran Dios de la Autoridad son los que peor
parados salen al mundo “adulto”. Crecí en un momento en que había empleo en
abundancia y el hecho de que a la edad de diecisiete ya reivindicara felizmente
el bienestar se convirtió para mis antiguos profesores en una clara ilustración
del destino de quienes rechazan seguir imperativos. Perplejos por completo
frente al tedio de sus aburridas vidas, semejantes bufones imaginaban en vano
que podrían condenarme, al carecer yo de sus humildes ambiciones ni desear un
trabajo estable. Me interesaban más los proyectos grandiosos, como acabar con
el capitalismo, y de ese modo transformar la vida de este planeta en algo que
de verdad mereciese la pena.
Tomado de Memphis Underground, de Stewart Home.
2 comentarios:
Fernando, no es sencillo cambiar un mundo que no se deja cambiar, estamos tan apegados a nuestras "posesiones" que aunque suframos para mantenerlas, lo del resto nos da igual. Han sido muchos años aleccionándonos. El cambio de mentalidad, si se produce, será radical y puede que con violencia.
Un abrazo.
Nadie dijo que fuera sencillo, Nicolás. Lo que sí es, es necesario.
Salud.
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