Tanto daba lo que dijeran los anuncios. No importaba la foto de la caja ni el manual de instrucciones escrito en cinco idiomas.
Disponías el tablero y exponías unas reglas inventadas que eran susceptibles de cambiar a cada momento, según tu situación en la partida.
Y aún así, y aún con todo, ganar te parecía insuficiente.
Demolías el tablero y volcabas las piezas. Te comías los dados y desgarrabas las cartas de objetivos.
Y aún maldices y lloras porque me niego a seguir jugando contigo.
5 comentarios:
El pago a la sempiterna historia de "el balón es mío".
Me pregunto que sucedería si todos nos negaramos a jugar el juego planteado por todos esos dirigentes arbitrarios que parecen dominar la sociedad.
Esto me recuerda el día que mi padre lanzó por la ventana el parchís porque no ganó. O las partidas de risk en que siempre acababan con enfados. Así es la vida, no se sabe perder.
Me gustó.
Un saludo.
No creo que sea muy difícil de imaginar, Pedro: desde la santa cruzada de salvación nacional a la guerra humanitaria, el poder siempre tuvo una amplia carta de masacres para resolver la negación de jugar a su juego...
Indignarse por perder es hasta deseable, Nicolás, pero... ¿indignarse por perder?
Así juegan algunos al amor, también.
Quizá no sea exactamente amor, Yun...
Gracias.
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