Durante
unos segundos fui un profeta de la no violencia. Portaba una pancarta
reclamando el fin de todas las guerras, e invité a la policía antidisturbios a
que nos acompañara.
Si
soltaban sus armas, si unían sus voces a nuestros cánticos, si nos ayudaban a
convencer a los ricos y poderosos de que un mundo de paz y prosperidad es
posible, las cosas empezarían a cambiar, de hecho, en ese mismo instante.
Mi
carrera terminó cuando una bala de goma perforó mi globo ocular e hizo estallar
mi cráneo, derramando mis sesos como pétalos de flor entre los manifestantes.
7 comentarios:
Buen trago,escuece al final...
Gracias por otra dosis
PD:la poli presentaria sus respetos,supongo.
Es duro, pero tristemente real.
Pocas palabras que dicen mucho.
Un abrazo.
La crónica se inicia utópica y finaliza realista. Así es este mundo que nos toca vivir. Pronto no podremos ni manifestarnos.
Buen micro.
Abrazos.
No veremos a la policía mostrar sus respetos. Al fin y al cabo ellos -en el tiempo que dura su jornada laboral- dejan de ser personas para convertirse en máquinas que, como siempre recuerdan, cumplen con su deber (ya sea ayudar a anciantas a cruzar la calle o reventar cráneos de ancianitas a porrazos).
Lo gracioso, El moli, Nicolás, es que luego se cansan de la violencia de los manifestantes; para violencia, la que emplean ellos en la defensa del origen de toda violencia que es la injusticia.
Un saludo. Y gracias por pasar por aquí.
Ese final, aunque artístico y sublime, está super chocante.
¡Vaya final! pero no hay otro, igualito que nuestra realidad.
Besitos
Lo malo es que el final depende del enemigo.
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