miércoles, 2 de mayo de 2012

Nuestras armas.


Durante unos segundos fui un profeta de la no violencia. Portaba una pancarta reclamando el fin de todas las guerras, e invité a la policía antidisturbios a que nos acompañara.
Si soltaban sus armas, si unían sus voces a nuestros cánticos, si nos ayudaban a convencer a los ricos y poderosos de que un mundo de paz y prosperidad es posible, las cosas empezarían a cambiar, de hecho, en ese mismo instante.
Mi carrera terminó cuando una bala de goma perforó mi globo ocular e hizo estallar mi cráneo, derramando mis sesos como pétalos de flor entre los manifestantes.

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7 comentarios:

BarbaKana dijo...

Buen trago,escuece al final...
Gracias por otra dosis
PD:la poli presentaria sus respetos,supongo.

El moli dijo...

Es duro, pero tristemente real.
Pocas palabras que dicen mucho.
Un abrazo.

Nicolás Jarque dijo...

La crónica se inicia utópica y finaliza realista. Así es este mundo que nos toca vivir. Pronto no podremos ni manifestarnos.

Buen micro.

Abrazos.

Fernando Sánchez Ortiz. dijo...

No veremos a la policía mostrar sus respetos. Al fin y al cabo ellos -en el tiempo que dura su jornada laboral- dejan de ser personas para convertirse en máquinas que, como siempre recuerdan, cumplen con su deber (ya sea ayudar a anciantas a cruzar la calle o reventar cráneos de ancianitas a porrazos).

Lo gracioso, El moli, Nicolás, es que luego se cansan de la violencia de los manifestantes; para violencia, la que emplean ellos en la defensa del origen de toda violencia que es la injusticia.

Un saludo. Y gracias por pasar por aquí.

Ivelisse dijo...

Ese final, aunque artístico y sublime, está super chocante.

Elysa dijo...

¡Vaya final! pero no hay otro, igualito que nuestra realidad.

Besitos

Fernando Sánchez Ortiz. dijo...

Lo malo es que el final depende del enemigo.