martes, 23 de febrero de 2010

El otro lado.


Caminas hacia la luz esperando encontrar apóstoles, santos, querubines o, cuanto menos, un rostro familiar.
En realidad, hay una puerta.
Giras el pomo con impaciencia sobrenatural y…
Das con un rellano. Cuatro puertas con sus timbres y sus correspondientes felpudos desiguales y un ascensor en el lado opuesto a las escaleras.
No quieres molestar, así que subes al ascensor y pulsas el cero temiendo que, cuanto más desciendas, más cerca estarás del infierno.
Pero sales a un portal. Con sus escalinatas, sus buzones y su luz insuficiente.
Y ya casi ni te sorprendes cuando abres la puerta y das con una acera que bordea el asfalto. Con sus peatones, sus coches y sus negocios cerrados o abiertos.

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