Cierta vez un mago quiso meterla en una caja. Pero ella no era suficientemente pequeña o suficientemente flexible o suficientemente volátil y no entró.
Acabábamos de conocernos y pasé miedo. Temía que el mago la hiciera desaparecer en mis narices, que se desvaneciera cuando por fin la había encontrado.
Pero al final, ya digo, no cabía.
Ahora pienso que ojalá el mago lo hubiera conseguido. Así tendría en él a mi gran enemigo, y saltaría de una dimensión a otra en busca de mi amor, sorteando miles de obstáculos y enfrentándome a no menos peligros. Cuando por fin la encontrara nada podría separarnos, y nuestro amor sería puro y eterno como en los cuentos.
Dormimos frente a la tele y esperamos el día siguiente.
Fotografía: Nickolas Muray.
7 comentarios:
Muy bueno el micro. Además, me encanta el título, por lo nostálgico.
Fantástico final. Como que no quede la cosa, te golpea para dejarte k.o.
La rutina, que mala es, a veces (¿ o no?)
Muy bueno Fernando.
Un saludo indio
Es muy difícil vivir sin magia. Enhorabuena por el blog.
Saludos
Todos quisimos en algún momento ser héroes románticos.
Un abrazo, Fernando
El amor eterno creo que acaba frente al televisor, que ese es su punto de llegada
Pobre, no sabía bien qué buscaba, quizá. Me gusta la paradoja.
Un abrazo
Le tengo mucho cariño a este micro: fue el primero que escribí, hace más años de los que soy capaz de recordar. Está ligeramente basado en una historia real.
Había una pequeña caja en el escenario. El mago pidió una voluntaria para demostrar que era imposible que un ser humano adulto cupiera y resaltar así la habilidad contorsionística de su ayudante, y fue ella la que se empeñó en entrar de mil maneras ante la desesperación del ilusionista.
No entro, claro. Ni tampoco llegó a existir entre nosotros la rutina. Sólo la velocidad y la demencia.
Muchas gracias a todos.
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